Manual de supervivencia para combatir la ansiedad y enfrentarse a un jefe hijo de puta
Manolo Cabrera
Una manera de sobrevivir en un mundo caótico y sin esperanza es activando las múltiples válvulas de escape que ofrece la sociedad para neutralizar la problemática que nos atormenta. Esto ocurre, de manera destacada, en el mundo del trabajo, un terreno propicio para el acoso, el abuso de poder, la humillación y el embrutecimiento más degradante. Las preocupaciones cotidianas nos agobian. Hemos construido una sociedad que sobrecarga la mente y el espíritu, hasta sumergirnos en una suerte de angustia vital que, en muchas ocasiones, lastran nuestra salud mental y desestabilizan nuestro equilibrio emocional. Sin una decidida toma de conciencia; sin una clara determinación para luchar y enfrentarse a esa situación, la única forma de sobrevivir es evadirse de la realidad; evasión que funciona como cura ansiolítica de nuestros pesares, pero que no deja de ser una teatralidad simulada que, a la larga, conduce al desconsuelo más desesperanzado. En esas circunstancias, vivir se convierte en una permanente carrera de obstáculos, sin reglas establecidas, en la que solo llegarán a meta los individuos dotados de un talento especial para la escenificación más degradante y el arte de vivir sin escrúpulos.
Hemos construido una sociedad mercantilizada, donde el dinero, el poder y la ostentosa exhibición de bienes materiales se convierten en un objetivo en sí mismo. Lo máximo que ofrece el capitalismo es un chalet con piscina, nada más. Aceptar un mundo así solo es posible apagando la llama de la conciencia individual y narcotizando nuestra tendencia natural hacia el apoyo mutuo y el trabajo colectivo. El insistente mensaje cotidiano, repetido hasta la saciedad por múltiples medios, nos dice que sólo si nos afanamos por atravesar el árido y angosto camino de la competencia seremos capaces de triunfar, formando así parte del selecto mundo del deshonor y la estupidez generalizada. Triunfaremos, pero sin compañeros de viaje; sobresalientes en la asignatura de la superación; lejos de cualquier afán colectivista; solos y atormentados para vivir el resto de la existencia rodeados de seres humanamente mediocres como nosotros; tal vez rodeados de bienes de consumo, pero sin tiempo para disfrutarlos; protegidos por vigilantes y vallas de seguridad; pero traicionados por nosotros mismos y alejados de nuestra característica más humana; es decir, sumergidos en la nada.
El abrumador aumento en el consumo de ansiolíticos y antidepresivos solo es un síntoma de la destructiva desesperanza que nos envuelve, aniquiladora de la ilusionante utopía que sirvió de inspiración para la conquista de una sociedad mejor. El Fentanilo, una droga de diseño que convierte en zombis a los que la consumen, asola EEUU, provocando alrededor de 250.000 muertos cada año, en su inmensa mayoría, jóvenes. Al gobierno no le preocupa; al fin y al cabo convierte a las víctimas en muertos vivientes; sin capacidad para pensar; millones de vidas definitivamente anuladas para cualquier tipo de resistencia. Si la droga provocase el efecto contrario, es decir, combatientes contra la injusticia social, hace tiempo que hubiese sido erradicada.
Hay un retroceso evidente. Vivimos humanamente lisiados, atormentados por la desesperanza, angustiados por la visión de un horizonte vacío, buscando la protección de nuestras respectivas parcelas individuales, lejos de cualquier inclinación hacia el compromiso colectivo, ignorando que todo lo que se ha conquistado en el plano de los derechos sociales y libertades se ha logrado a fuerza de la presión combinada de grandes movimientos sociales a lo largo de la historia. La lucha colectiva de legiones de esclavos fue el inicio de la definitiva abolición de la esclavitud. Espartaco, el líder rebelde que se levantó en armas contra el imperio romano, seguido por miles de esclavos que reclamaban su derecho a ser considerados individuos libres, portadores de dignidad humana, fue un principio básico que terminó incorporado a la razón social y al derecho. Antes, la esclavitud era aceptada socialmente, hoy nos escandalizaría. La libertad individual es norma básica en el campo de las ciencias sociales y forma parte de las normas esenciales del derecho. Pero, como contrapartida, existen actualmente otras formas de esclavitud; más camufladas y sutiles, pero muy dañinas en el campo de la psicología y el equilibrio emocional. El consumo de drogas tiene explicación en la infelicidad generada por un mundo turbio y desesperanzado.
Decir que no, es una terapia. Ejercer el derecho a la rebeldía, libera. Por el contrario, aceptar las normas sociales convencionales sin más, nos arrincona, nos aniquila, nos va convirtiendo en seres humanos dóciles, abrumados por un complejo de inferioridad que solo favorece al imperante orden establecido, hasta dejarnos desarmados, vacíos de razones para confrontar la realidad y sin poder ejercer nuestro sagrado derecho al desacato. El resultado es abrumador. Acabamos refugiados en nuestras parcelas individuales, creyendo que allí se encuentra nuestra salvación personal. Es como el que se refugia en el camarote, pretendiendo ignorar que solo el afán colectivo de la tripulación impedirá el naufragio del barco.
Ramón Nogueras, un psicólogo conductista, ha declarado que mucha gente acude a su consulta convencidos de que “sufren crisis de ansiedad”, y él les responde que, lo que realmente les pasa, es que “tienen a un jefe hijo de puta”. No receta ansiolíticos y antidepresivos, les recomienda que luchen y se afilien a un sindicato.
El puesto de trabajo se ha convertido, en muchos casos, en una especie de campo de concentración, pero las situaciones de acoso e intimidación en los centros de trabajo, no desaparecen por si solas. Requieren coraje; valor y determinación para la lucha. La audacia y la capacidad de combatir la injusticia no solo es necesaria para la conquista de derechos, también nos libera como personas. En esa confrontación crecemos como individuos, porque actuamos armados por la conciencia de que nos enfrentamos a una injusticia. No solo se trata de alcanzar la cima de la montaña, sino de disfrutar subiendo. Tiene razón el psicólogo Ramón Nogueras: la mejor terapia para superar la ansiedad es luchar y afiliarse a un sindicato. Objetivo ampliable, si queremos, a otras parcelas de la sociedad civil organizada. En todo caso, el compromiso militante, la lucha por la consecución de un mundo mejor, es el camino para el crecimiento individual y colectivo.
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